Fueron las tres primeras medallistas de los Panamericanos que trajeron oro a Chile. Betty Kretschmer en salto largo, Eliana Gaete en 80 metros vallas y Marlene Ahrens en lanzamiento de jabalina. Después de sus carreras deportivas se dedicaron a sus familias a ejercer una carrera profesional y a empezar a practicar otros deportes. Esta es la historia de las mujeres de oro después del oro.
“Aquí tiene una lanzadora innata”, le dijo Jorge Ebensperger, entonces pololo de Marlene Ahrens a Balter Fritz, entrenador del club Manquehue en 1952. Fue después del paseo de fin de año que hacía el equipo de jockey a Cachagua del que Marlene formaba parte desde los 19. Estaban lanzando piedras mar adentro y sus rocas superaban con creces los tiros de los hombres deportistas. Jorge se percató y desde que se casaron en1953 le “correteó la cancha” a su señora para que hiciera deporte.
2015, son las 11:30 de la mañana de un jueves en el Club de Polo. Marlene Ahrens vestida de chaleco gris, chaqueta, pantalones, botas negras y un gorrito beige, monta un caballo castaño de cola negra en el cuadrado de adiestramiento del hipódromo. El caballo galopa, camina y da saltitos de forma desordenada, como si la arena le quemara las patas que están vendadas con protectores rojos. Marlene respira de forma agitada y se detiene para recuperar el aliento. “Se llama Sonrisal”, dice, “porque su madre se llamaba Smiley y su abuela Hahaha”, se ríe.
Marlene tiene 83 años, todos los días menos los lunes, porque el Club de Polo está cerrado, monta de 11:00 a 12:00. Lunes, miércoles y viernes hace hidrogimnasia y cuatro veces a la semana juega bridge con las amigas. “Se copuchea mientras se baraja el naipe, después se juega, y se vuelve a copuchar. Es simpática la cosa”, dice Marlene. De todo lo que hace, el bridge es su actividad favorita. “Estoy viviendo mis años dorados”, concluye.
Su mayor logro fue haber ganado medalla de plata en las Olimpíadas de Melbourne en 1956. Cuando la llamaron escogió la jabalina con la empuñadura más oscura. Ese año Marlene lanzó 50,83 metros, el mejor lanzamiento de su historia deportiva. Hasta la fecha es la única mujer chilena que ha traído medalla de unas olimpíadas
Dice que cuando ganó no sintió nada especial. Lo veía como algo natural: si ganaba tenía que recibir un premio. Pero se emocionó cuando cantaron la canción nacional tras su triunfo porque lo sentía como un logro para el país.
En 1964 a los 30 años, Marlene Ahrens dejó para siempre la jabalina. “Con las marcas que yo hacía habría podido ser campeona de los Sudamericanos por diez años más. No seguí compitiendo porque me pelee con la Federación Atlética”, dice. Fue suspendida por un año en la fecha de las Olimpiadas de Tokio de 1964, tiempo en el que —dice— estaba en su mejor momento. “El motivo oficial para suspenderme fueron unas declaraciones que di al diario Clarín. Tergiversaron mis dichos y dejaban mal a la Federación Atlética”, cuenta. Intentó apelar, pero un desencuentro con uno de los dirigentes la terminó por perjudicar. Finalmente no pudo participar en los Juegos.
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Betty Kretschemer a sus 87 años sentada frente a sus seis álbumes de fotos con recortes de diarios de toda su carrera deportiva (Regalo del Atlético de Santiago) dice que si le preguntaran cómo se define hoy diría: “Ser humano. Diferenciación específica: mujer. Descripción: buena persona.”. Vive sola en un departamento de Las Condes con un gato guatón de nombre Pelé —“Se llama como el mejor futbolista del mundo”— indica Betty que es una aficionada al fútbol.
La ex atleta hoy en su casa recorre las fotos de su historia riendo con nostalgia. Critica la forma antiestética que saltaba alto y largo y se ríe de los shorts abombachados de la época. Explica que en sus tiempos no existía la técnica, que se saltaba como saliera. “El deporte ha cambiado en un 100%: la infraestructura, los estadios, las pistas. Los implementos como los tacos de partida y las técnicas también”, comenta.
Un día del año 1957 Betty decidió que no iría más al Estadio Nacional. Hasta su buzo azul quedó abandonado en algún camarín. Dice que lo dejó porque sintió que esa etapa de su vida se había acabado, “es como cuando te enamoras y un día despiertas y ya no estás más enamorada. El deporte cumplió su función, ya era suficiente”, explica.
Hoy no guarda premios, ni medallas, solo un diploma enmarcado que le regaló el embajador de Inglaterra cuando participó en las Olimpíadas de Londres de 1948. “No tengo medallas, no miro para atrás y no guardo nada. Yo no vivo en función del pasado. Por si acaso, soy una mujer pragmática”, explica tajante.
Cuando el atletismo cumplió su función se dedicó al periodismo. Trabajó en La Estrella de Valparaíso, en Las Últimas Noticias y en El Mercurio de Santiago. Reporteaba de todo pero principalmente fútbol. “Lo que más me gusta en la vida es viajar, sin querer descubrí que en el deporte se viajaba mucho y que si me dedicaba a reportear fútbol podía seguir viajando”, cuenta. A Betty le gustaba entrevistar y escribir. Guarda un cuaderno morado marca Mistral de los años 80, único recuerdo de su vida como periodista, donde anotaba los nombres de sus entrevistados. Lo usaba para acordarse de qué cosas le habían pagado y las que debía cobrar.
Cumplía su horario de oficina y estudiaba teatro por las noches. Actuó en “Tú espías, yo espío, él espía” con Sergio Aguirre y en “Alicia en el país de las zancadillas”. Dejó el teatro a fines de los 80 y el periodismo cerró su etapa en el año 2000.
De su rutina actual, dice que le gusta “patiperrear”. “Salgo a los malls, voy al cine, a exposiciones, hago hidrogimnasia tres veces a la semana y también bicicleta estática”. El resto del tiempo lo divide entre su familia y amigos.
Su mayor logro y el momento más feliz de su carrera deportiva fue cuando participó en los Sudamericanos Extraordinarios de 1946. La llamada camada de oro del atletismo chileno ganó todas las competencias femeninas y los hombres se llevaron la mayoría de las medallas de oro. Fue un hecho histórico del atletismo. Betty ganó la carrera de los 100 metros planos.
Lo disfrutó incluso más que ser la primera campeona Panamericana en 1951 en la categoría salto largo donde alcanzó los 5,42 metros. “En el 46 era la pura alegría de correr. Sentía que era lo más cercano a volar y volar es lo que más me gusta en la vida”, dice.
Betty rompió siete veces su propio récord en 100 metros planos y cinco en 200, pero ella dice que romper marcas no le importaba, que era algo tan banal como que le dijeran que partió el bus. Lo único que le interesaba y que le daba alegría era llegar primera a la meta.
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Eliana Gaete viene de una familia de deportistas. Es la menor de cuatro hermanos, todos ellos practicaron atletismo porque se los inculcaba su padre, Aquiles Gaete, quien corría medio fondo (prueba de resistencia). Nació en Antofagasta, vivían en las Oficinas Salitreras María Elena hasta que Eliana cumplió dos meses y su padre decidió que “Santiago era Chile”.
Sus dos hermanos mayores hacían deporte en el club Green Cross y les comentaron a Eliana y a su hermana mayor que allí había unas niñas que corrían pero que de seguro las ganaban. Su hermana tres años mayor empezó a entrenar a los 12 años, Eliana a penas cumplió 14. Rápidamente dejó atrás a su hermana mayor. “Yo tenía mejores marcas que mi hermana, le ganaba en casi todas las pruebas”, dice Eliana.
En agosto de ese mismo año, 1946, el entrenador del club, Alberto Riggoletti, quien la formó como deportista, las llevó a un torneo de novicios. Eliana, con meses de entrenamiento ganó los 100 metros, salto largo y salto alto. Ese fue el comienzo.
Eliana recuerda cada año y cada mes de su historia deportiva. Recuerda que en 1947, cuando tenía 15 años, el entrenador Balter Fritz de la Federación Atlética le mandó a decir con su hermano que probablemente estaba seleccionada para ir a Brasil. Junto con las atletas que habían ganado el Sudamericano Extraordinario de 1946, Eliana participó en el Campeonato Sudamericano de Río de Janeiro. Allí ganó bronce, su primera medalla importante.
Se dedicó a entrenar para los primeros Panamericanos de 1951, pero un año antes a Eliana le diagnosticaron nefritis: una inflamación al riñón que produce, entre otras cosas, pérdida de peso involuntario. Venía llegando de una competencia en Uruguay donde ganó los 100 metros, superando el récord de la mejor chilena y logró igualar el récord nacional en 80 metros vallas. “Estuve dos meses enferma sin poder entrenar y perdí todo el estado físico”, relata, “pero en los meses que quedaban logré recuperarme y quedar clasificada para los Panamericanos”.
—¿Los músculos tienen memoria?
—Sí.
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A Marlene le gustaba mucho hacer deporte pero nunca se dedicó por completo. Después de que se casó empezó a entrenar más porque su marido la motivaba. Iba sola con su hija Karin al club Manquehue. Dejaba a la niña en la arena del salto largo jugando con moldecitos. “Yo entrenaba una hora al día por reloj. Con eso me bastaba. Para mí el deporte era un hobbie”, dice. “En las competencias no me ponía nerviosa, lo único que me interesaba era no lanzar menos de lo que hacía en los entrenamientos. Si yo entrenando lanzaba 45 metros y en la competencia llegaba a los 45 metros entonces lo consideraba un tiro bueno”, concluye.
Y un buen tiro logró en los Panamericanos de Chicago de 1959 lanzando la jabalina a 45,33 metros y nuevamente en los Panamericanos de Sao Pablo de 1963 con 49,93 metros. En ambas competencias ella fue el único oro femenino de Chile.
Tras renunciar al atletismo en 1964 Marlene Ahrens incursionó en el tenis. En dos años ya tenía ránking de escalafón y en 1967 a los 34 años, ganó el campeonato de Chile en dobles mixtos junto con Omar Pabst. Tuvo que retirarse temprano del tenis porque años atrás una jabalina mal lanzada se le enterró en la rodilla. Fue en un campeonato nocturno en el Estadio Nacional, “A mí me daba una lata ir, yo estaba feliz veraneando, pero como me llamó el presidente de la Federación Horacio Walker (1961-1964), que a mí en ese entonces me gustaba, fui”. Dice riendo que por culpa de ese incidente se quedó todo el verano sin poder bañarse en el mar.
Fue más que un verano sin mar. El accidente le dejó la rodilla vulnerable. Con el lanzamiento de jabalina y posteriormente con el tenis el movimiento de giro y fuerza que hacía con las piernas provocaban que su rodilla se hinchara. Fue por esto que “con gran pena”, dejó el tenis y comenzó, en 1979 a practicar equitación, “porque las patas las movía el caballo”, dice.
Después de representar a Chile por tantos años en atletismo en 1995 fue seleccionada para competir en los Panamericanos de Mar del Plata en adiestramiento de caballos. “Me fue más o menos porque el caballo tenía un descompás que me costó puntos por herraje. ¡Una pena!”, recuerda lamentándose.
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En su viaje a los Panamericanos de Argentina, 1951, Eliana ya estaba pololeando con Renato Iturrate, un ciclista que también fue seleccionado para esta competencia. El día antes que compitiera, su actual marido se cayó de la bicicleta mientras entrenaba. Se golpeó la cabeza y el rostro y lo hospitalizaron porque tenía principios de contusión cerebral. A Eliana no le dijeron nada, no le quisieron contar. Al día siguiente Renato se arrancó del recinto hospitalario para verla correr. “Era un desastre”, recuerda Eliana con cariño. “Tenía la cabeza vendada y un ojo tapado, me dijo que si él no podía correr por lo menos me iba a ver a mí”. Ese mismo año se casaron.
Eliana dice que al venir de una familia de deportistas siempre llevó una vida ordenada. “No era buena para el bailoteo, me dormía temprano porque si trasnochaba no podía competir bien los fines de semana. Me alimentaba bien y tomaba vitamina B12”. Agrega que ese estilo de vida se lo inculcó su padre y continuó con su marido.
En enero de 1952 nació su primer hijo. Eliana lo llevaba en coche Club deportivo Universidad Católica. Les pedía a los otros atletas que lo entretuvieran para que ella pudiera entrenar. Así recuperó su ritmo y en el Panamericano de México de 1955 volvió a ser campeona en 80 metros vallas con un tiempo de 11,7 segundos.
Su última competencia importante fue el Iberoamericano de España de 1960. “No gané, salí tercera… pero yo ya no tenía más aspiraciones, no pretendía clasificar para Olimpíadas. Ya no quería más guerra”, relata. No volvió a retomar el deporte hasta que cumplió 50, cuando comenzó a competir en torneos Senior. En la categoría de 50-54 años ganó el torneo mundial Seniors Puerto Rico en pentatlón de atletismo.
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