Escrito para el diplomado de Periodismo Cultural de la U de Chile (julio 2019)
El Cielo que Pintamos (2015) publicado por la editorial Neón es la primera novela de la chilena Carmen Galdames (1982), quien ha participado en los talleres literarios de Diamela Eltit y Pablo Simonetti. En este debut la autora salta a la piscina arriesgándose con varios temas polémicos entre ellos el poliamor, el incesto y el placer a través de la violencia física y psicológica sobre el cuerpo.
El Cielo que Pintamos relata a través de la voz de Ana y en capítulos muy cortos, la construcción y desarrollo de la relación entre ella, su hermano Matías e Iggy, la cual comienza en la niñez y toma su forma final en la adolescencia como un trio amoroso, bisexual e incestuoso, que contiene además, elementos fuertes de violencia física y psicológica aplicados entre los personajes.
La obra te toma por sorpresa. Su portada de un cuadro de tres niños tomados de la mano en tonos pasteles, su título que suena a algodón de azúcar no auspicia los temas que serán presentados. Tampoco en las primeras páginas donde da la impresión que se abarcará otras temáticas juveniles más clásicas. La autora es hábil, de a poco va entregando trozos de información, pista e insinuaciones que obligan al lector preguntarse si entendió bien lo que acaba de leer. Luego, ya sin velos, golpea con un lenguaje vívido y crudo, sin espacio para dudas.
“Allí en ese mundo, era menos escandaloso la sangre que se veía en los noticiarios que la que compartíamos Matías y yo”. (Pg. 48)
Durante el periodo más juvenil de los personajes la autora logra recrear esta atmósfera mágica, media mística incluso, del mundo adolescente mezclando elementos de cotidianidad, como los infinitos días de vacaciones de verano, con escenas que incomodan como la masturbación compartida en un mismo espacio y la inflicción de sufrimiento sobre el otro por placer que rompen con los esquemas adicionales.
“-No, hagamos algo que le duela de verdad- dijo Matías tomándome de la mano y llevándome fuera de la habitación.
Dejamos a Iggy amarrado a la silla el resto del día. No lo fuimos a ver en toda la tarde…” (p.120).
La autora empuja a cuestionar los parámetros canónicos de la vida amorosa y de familia de la sociedad actual. La temática incestuosa golpea más fuerte en primer lugar porque se manifiesta desde la niñez, ahí también hay algo tabú, el placer sexual de los niños que genera siempre rechazo. En segundo lugar por la naturalidad y habilidad con que se expone. El relato de Ana hace comprender que la relación con su hermano no podría haber sido de otra manera.
Sin embargo, se detiene ahí. Los protagonistas son sólo eso, la relación entre ellos. Más allá de algunos detalles de su pasado que esbozan una explicación de por qué son como son, no son personajes que se desarrollan, no crecen, se quedan estancados. No vemos casi sus ambiciones, sueños o gustos personales. De hecho, la misma historia nos muestra que su vida como trio es puro ocio, lo que se sostiene durante el periodo de adolescencia, pero se cae cuando ya son adultos.
El título El Cielo que Pintamos podría bien ser reemplazado por “El mundo que creamos”, suena menos bonito, pero hace referencia justamente a eso, a estas tres personas que desde muy niños tuvieron la conciencia que ellos estaban fuera de los cánones tradicionales. La vida, como ellos la comprendían, iba a ser siempre un territorio de rechazo social. De ahí la necesidad de crear un espacio propio que la Galdames logra construir.
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